Dr. Juan José Catalano

PERRO URBANO

Cinco años nos llevó, la tercera parte del tiempo que se supone se extiende la vida de un perro, determinar que es lo que pasaba por dentro de aquel animal.

Todo empezó aquel día en que pude convencer a mi mujer de tener un perro en casa; idea que había sido siempre resitida a pesar de que si bien el espacio no sobraba, el hogar podía albergar un animal de dimensiones no muy grandes. Aspirante a conocedor del tema me aboqué a buscarlo en los clasificados del diario que lentamente leía los sábados mientras tomaba unos mates. Habíamos tomado la determinación de que yo iría primero a ver los cachorros, para evitar que nuestra niña Rocío, que por aquel entonces tenía seis años se encariñara con un perrito inconveniente.

Así fue que, me dirigí al primer criadero, en los arrabales de Morón en los transfondos de una peluquería de barrio, un pintoresco maricón rodeado de pequeños perros, me ofreció un terceto de cachorros medianos de Caniche; de los que me presentaba a toda la parentela y esbozaba los peinados posibles que se le podían hacer al animal y nos mostraba el de Susana Gimenez, cuando en realidad nosotros buscabamos un animal así o un fox terrier ( en su versión lanuda) después de medir costo y espacio. Los perrillos en cuestión se presentaban como tres ínfimos corderos, apacibles que con sus miradas llamaban a ser comprados en especial el macho, que por algún motivo le causaba cierto rechazo al criador.

Volví a la tarde al lugar con mi hija y mi mujer, convencido de que ese era el perro que necesitábamos; al mariposón en cuestión no le gustaba la idea de que convivera con una niña. La edad del perro en cuestión fue una franca estafa, tenía unos veinte días, apenas estaba destetado y es el período según dicen los que saben, en que se sociabiliza; claro sociabilizado con perros no estaba pero se socializó, si así se lo puede llamar, con nosotros. El pequeño crecía junto con el secreto de que otra niña venía en camino hacia nuestro bélico hogar. Después lo supimos y creció como un anticipo de la hija nueva que nacería después del verano.

Elegimos llamarlo Floreal, ya que Caos que había sido el nombre original que yo había propuesto de acuerdo a los nombres de los caballos de la película " Caballos Salvajes" fue rechazado de pleno por el mujeraje familiar. Así fueron los primeros días del cachorro como los de un niño por crecer, un lento caótico y tierno crecimiento que regaba la casa con cuando se desgraciaba y usaba la artesanal cunita de madera de las muñecas de Rocío para sus siestas; claro crecía con un carácter del demonio sin aceptar imposiciones mordiendo varias manos y causando la histeria de la peluquera canina que lo hechó. No entendíamos lo que pasaba al pobre Floreal que se iba convirtiendo en un perro entre manso y brutal, que solo disfrutaba de nuestra compañía del sillón y de paseos mas o menos cortos incluyendo el parque Avellaneda y las calles de Floresta. Si se escapaba se quedaba parsimoniosamente sentado en el umbral de la puerta de calle. Ninguna otredad le atraía y tenía una calma distante. Parecía un animal que se miraba a un espejo inexistente que cobraba un sentido de sujeto que también es inexistente para un perro, gozozo acompañante de vacaciones que saltaba por las ventanillas del auto para venir de tras nuestro y el primero en entrar a la carpa cuando anochecía. Debimos recurrir a la cirujía para calmar sus arrebatos. Trataba de estar lejos de las niñas y ecrca nuestro como un celoso vigía; no obstante a veces recuperaba su identidad perruna si se trataba de nadar en aguas tranquilas como sus ancestros los perros cazadores de patos alemanes , grande fue la sorpresa que me lleve una tarde en que despés de recorrer todos los agrestes caminos que pueblan el interior del Lago de los Molinos nos de tuvimos en su orilla a dsifrutar de ese maravilloso paisaje serrano roído por el espejo de agua y Floreal sin previo aviso corriendo como siempre que estaba suelto saltó como un exhimio nadador la embalse y se alejaba de la costa impertérrito , con su aristocrática cabeza a flote aguas adentro. Su actitud nos alarmó a todos a tal punto que me justo cunado me iba a tirar a la agua a socorrerlo veo su noble cabeza que gira como un periscopio y vuelve a tierra; después tomó la manía de aterrizar sobre la bosta de vaca antes de sambullirze de nuevo al las aguas ( o que lo tirara para su higiene); ya mas que una molestia se había transformado en un querible sujeto raro ( de hecho yo también lo soy) para mis hijas y mi mujer. Después probamos sus detrezas atléticas en Agillity, ese maravilloso deporte en que los animales conducidos por un humanos y a l aire libre hacen fintas entre distintos tipos de obstáculos que simulan túneles , sube y bajas, vallas y etc, en el que no se podía dominar su inconducta, dejando el rastro de sus dientes en la mano del entranador, lo que se hacía mas humillante ( para el entrenador) toda vez que había una serie de perros de pastores, boxers y ocasionalmente algún Rotweilwer que hacían gala de cierta conducta y de la gran destreza del entrenador. Así Floreal se transformó en una calma mascota, un poco huraña y hogareña, que se acostumbró a pasar largas jornadas acompañndome en el escritorio. Pero los animales tiene tantas facetas en su carácter , que parecen un poco menos que infinitas; lo que me hace pensar en la infinitud de facetas espirituales de los seres humanos. Con mi mujer insistáimos que era perro de intelectual como los caniches que salían acompñando a algunos historiadores y escritores o los de Perón los de Churchill, que formaban dinastiás cuyos nombres se pasaban de padres a hijos. Nunca logré interesarlo en los juguetes de perro ni siquiera en los mas sofisticados hechos con los cueros mejores saborizados. Como es habitual , siempre las peuqeñas cosas son las mas desmostrativas; como dijo el sabio Inglés Stephen Hawkins, a quien se le hechó encima toda la comunidad científica al decir que el día que el hombre conozca a Dios, va a ser de una manera tan sencilla que hasta el hombre mas simple lo va a entender.

UN día entre a casa, y como cada vez que lo hago premio a los perros por no haber hecho de la casa ningún campo de batalla; unos años después se incorporó una perra a nuestro hogar " Sol", de origen matrera y les fui a dar sus premios a sol le dí un saborizado que aceptó de buen gusto y Floreal no quiso saber nada con una tira de mondongo de última generación que me había asegurado un veterinario que no fallaba jamás, debí abrir la heladera para darle alguna otra golosina y de buen gusto aceptó un pedazo de canelón. Ahí aclaré el intringulis y repasé mentalmente todos los gustos humanos que le había descubierto a lo largo de estos años de vida. Floreal estaba disconforme con su naturaleza perra, de algún modo quería ser humano.

 




     

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